Elecciones, debates pendientes y grandes oportunidades

Por Gustavo Bastian (*)

No falta nada, en un par de meses los argentinos volveremos a ir a las urnas para definir quiénes conducirán los destinos de este país en el período 2024 – 2027. Los comicios se aproximan en medio de un clima enrarecido, signado por un declive de los partidos políticos tradicionales nunca antes visto y la irrupción de algunos personajes que, pretendiéndose rupturistas, pregonan como una novedad las ideas más rancias de la peor derecha. Sin embargo, como trataré de desarrollar en las próximas líneas, pese a lo complejo de la coyuntura y al clima de desesperanza, nuestro país tiene un potencial enorme y en el próximo lustro se presentarán grandes oportunidades para las cuales la política deberá estar a la altura.

Las elecciones generales 2023 están a la vuelta de la esquina y el momento no es el mejor. Ante el fracaso del macrismo, que se fue del gobierno en 2019 dejando una Argentina mucho peor que la que había recibido, la voluntad popular le encomendó al Frente de Todos la difícil tarea de corregir el rumbo y levantar el país.

Considero que es pronto para elaborar un juicio taxativo y justo sobre el desempeño de un gobierno que aún tiene medio año por delante. Hay presencia del Estado, hay obras y hay logros que se deben reconocer, pero lo cierto es que cuando el aumento indiscriminado de los precios se lleva los salarios y compromete el nivel de vida de los trabajadores, cualquier otro éxito parece una cuestión menor.

La economía no está bien, el gobierno se ha mostrado demasiado vacilante y cuando la urgencia está en el plato de comida, los justificativos como una sequía histórica, una pandemia o una guerra en la estepa euroasiática no alcanzan. Incluso entre los militantes hay un clima apático y una sensación de que se podría –y debería- haber hecho algo más.

Clima de época

Mientras que en el campo popular predomina un clima de frustración y la apatía, la derecha está más dinámica que nunca. Desde el día en que dejaron de ser gobierno, sus dirigentes se pusieron a trabajar para minimizar las consecuencias de su reciente fracaso y mantenerse competitivos, aceitando todos los espacios en los que conservan cierta hegemonía (medios de comunicación, cámaras y foros con poder de lobby, instituciones intermedias afines, etc.). Tan movilizada se encuentra esta ¿nueva? derecha que no solo le ha dado un lavado de cara a su propuesta macrista sino que también se permitió engendrar una alternativa más extremista: los muy mal llamados “libertarios”.

No se trata solo de un fenómeno vernáculo, en la última década se ha replicado en varios lugares llegando incluso a tener peso en varios de los países más importantes. Cada cual con sus particularidades, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Marine Le Pen han sabido representar estas expresiones más radicalizadas de la derecha, promoviendo un discurso agresivo y provocador, que busca exacerbar el individualismo extremo, el “salvese quien pueda”, el rechazo hacia cualquier expresión solidaria o colectiva, y un fuerte sentimiento antipolítica.
Está demás decir que en nuestro país, son el histriónico Javier Milei y la serpenteante Patricia Bullrich quienes pugnan por ser las cabezas de este movimiento.

Más allá de las posibilidades reales de llegar al gobierno por la vía democrática y de la evidente inviabilidad de su programa, estos grupos han tenido un efecto notable en el debate público corriendo hacia la derecha a todo el espectro político. Y es que si aparece un personaje vociferando a los cuatro vientos la dolarización de la economía y la eliminación del Banco Central; no resulta tan extremo que otro, más prolijo, proponga la flexibilización laboral o reformas previsionales.

La novedad, si se quiere, y el peligro que representan es que en su afán de avanzar no escatiman en llevarse por delante el entramado social y los consensos tácitos que deben existir para que se garantice la convivencia democrática. ¿Quién hubiera pensado, en tiempos de Obama, Clinton, o incluso de Bush, que un loco disfrazado de búfalo iba a irrumpir en el Capitolio y poner en vilo a todo el mundo?, ¿O que en Brasil, miles y miles de civiles armados, vestidos con la camiseta verdeamarela, fueran a bloquear el tránsito durante semanas desconociendo un resultado electoral adverso?. No hace falta explicar que en un país como Argentina, con una historia reciente y trágica que nos recuerda lo que puede ocurrir cuando se interrumpe el orden democrático, ser tolerante ante estos excesos es abrir la Caja de Pandora.

Enormes oportunidades

En contra de todo lo que el discurso dominante pregona, Argentina es un país maravilloso. Pampa húmeda, ríos navegables, montañas, todos los climas, esas grandes ventajas que nos enseñan desde la escuela primaria están ahí. Y aunque nos bombardeen permanentemente con una crisis económica terminal y un país a punto de colapsar, la realidad es que en el futuro inmediato se avizoran grandes oportunidades.

Hay un tema del que poco se habla y que, sin embargo, debería estar en el centro de la agenda de discusión política. En el período que va desde este año hasta el fin de la década, vencerán las concesiones de 17 represas hidroeléctricas las cuales habían sido privatizadas en los años 90 y cedidas por treinta años. Su recuperación para el patrimonio público podría contribuir enormemente a la tan ansiada soberanía energética.

En esa misma línea tenemos los avances en la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner, obra de infraestructura imponente que ya se encuentra en su etapa final y que se espera esté terminada en la segunda mitad de este año. Una vez habilitado tendrá una importancia medular para la matriz energética, abaratando los costos de transporte gasífero del país, y ahorrando millones de dólares cada año al reducir gradualmente las importaciones de gas boliviano.

A su vez, otro debate en ciernes tiene que ver con el dragado del Canal Magdalena. Su canalización posibilitará que buques de mayor calado accedan a puerto, abaratará los costos de flete y generara un gran circuito económico en las localidades costeras al sur de Berisso y Ensenada producto del mantenimiento y abastecimiento de buques, servicios que hoy en día presta el Uruguay. Esta obra se pospuso demasiadas veces en el pasado pero finalmente la decisión política de llevarla a cabo pareciera estar tomada. Esperemos que esta vez así sea.

El nuevo milenio trajo consigo novedades impensadas una generación atrás, pero que hoy pueden representar una verdadera transformación de nuestra matriz económica y una nueva fuente de divisas. Hoy existe la tecnología que permite la explotación rentable del shale oil y el gas de lutita, recursos que Argentina posee en enormes cantidades en el yacimiento petrolífero Vaca Muerta. A su vez, el norte cordillerano cuenta con enormes reservas de litio, el llamado oro blanco, mineral indispensable para la elaboración de las baterías que emplean los dispositivos electrónicos que utilizamos a diario.

El potencial es enorme, pero lo que hace 10 años parecía una proyección a futuro hoy es una realidad palpable y nos encontramos en un momento visagra: Argentina debe darse un debate profundo y definir qué rol tendrá como estado soberano sobre estos recursos. ¿Los beneficios de su explotación redundarán en mayor desarrollo y bienestar para todos, o nuevamente dejaremos pasar la oportunidad?

Recuperar la política

Los cuarenta años de democracia nos encuentran en un contexto complejo, difícil para los militantes. Donde todos pugnan por avanzar, el quedarse quietos equivale a retroceder y los que militamos en el campo popular, todos nosotros, ya no podemos permitirnos ni un paso atrás.

El movimiento del que soy parte siempre reivindicó tres banderas: independencia económica, soberanía política y justicia social; y las oportunidades para hacerlas flamear en alto están ahí. Lo que hagamos en los próximos años diagramará el futuro de la Argentina, ya que con las políticas correctas, los ítems anteriormente mencionados pueden, en conjunto, generar un círculo virtuoso en la economía promoviendo el tan anhelado desarrollo industrial, impulsando el mercado interno y creando millones de puestos de trabajo genuinos. Sería una transformación histórica que le permitiría al país dejar atrás para siempre el ancla del endeudamiento y finalmente despegar.

Las elecciones de octubre son clave para ese futuro. Los argentinos debemos darnos ese debate y para eso necesitamos dirigentes valientes y dispuestos. Los que nos hablan de antipolítica, de castas, de individualismo, no quieren dar estos debates y sabemos bien por qué lo hacen. De este lado, debemos sobreponernos a la frustración, recuperar la política, empoderarla, reivindicarla como la única herramienta que tenemos para transformar la realidad debe ser un imperativo y el camino para ello es seguir militando, aún en estos tiempos difíciles. Lo que hay más adelante vale la pena.

(*) Intendente de San José