No al regreso de los muertos vivos

Por Hugo Yasky*

El campo popular atraviesa un momento difícil. No es la primera vez, ni será la última. Al agobio producido por el desastre del gobierno de Macri, que no fue otra cosa que la brutal transferencia de ingresos desde los que menos tienen hacia los más ricos, se sumó el efecto de la pandemia que aumentó la desigualdad en todo el planeta.

A estos factores de desaliento se agregó la persistente erosión de los ingresos de los sectores populares producto del abuso de los formadores de precios y de los operadores financieros, ante los cuales el gobierno nacional tuvo políticas erráticas e inconsistentes.

Este ambiente de adversidad es caldo de cultivo de una mezcla de desencanto hacia el gobierno y escepticismo ante el futuro, incentivado por el discurso de una nueva derecha que agita la anti-política para hacerle una limpieza con arenado a las superficies desgastadas del neoliberalismo.

En el contexto de la pandemia, los oficialismos, sean del color que sean, enfrentan viento en contra. Como en América Latina el neoliberalismo y la derecha gobernaban en la mayoría de los países, esto estimuló una corriente de avance de la izquierda y de movimientos populares de distinto tipo. Los resultados electorales en Bolivia, Chile, Honduras, Colombia, Perú y la posibilidad cada vez más factible del triunfo de Lula en Brasil dan cuenta de ello.

Argentina no fue la excepción, aquí también el oficialismo salió maltrecho de la elección legislativa, pero en nuestro caso lo que creció fue la derecha neoliberal en sus distintas variantes.

En este contexto, agravado por el aumento de los precios que no da respiro a los bolsillos de nuestra gente, y con la lluvia ácida de los medios hegemónicos de comunicación que pegan y pegan sin parar tratando de erosionar y generar fisuras en nuestro frente de unidad, el debate sobre el acuerdo con el FMI vino a complicar aún más la situación.

Es verdad que a poco de asumir en 2003 Néstor firmó con el FMI un acuerdo tanto o más gravoso que el que se acaba de aprobar en el parlamento. Siempre la derecha nos deja un país empobrecido y endeudado. Pero a los dos años de eso se construyó la epopeya popular del rechazo al ALCA, en medio de una movilización y de una mística transformadora que impregnó de sentimiento antiimperialista a la militancia popular y politizó a grandes camadas de jóvenes que, en contraposición con lo que ocurre hoy, revalorizaron la política como herramienta de cambio.

Hoy, mirando para adelante, lo que muchos ven, en lugar de la posibilidad de avance del campo popular, es un escenario desalentador frente al cual la hipótesis de la derrota electoral del Frente de Todos se empieza a ver casi como un hecho irreversible.

Esto también es alentado desde las usinas mediáticas de la derecha que tratan de firmar anticipadamente el certificado de defunción al Frente de Todos, para hacer más denso el desencanto de los sectores populares instalando la idea del fracaso de la política y allanar el camino de regreso a los gerentes, que serán encargados de gestionar el status quo de la desigualdad a partir del 2023.

También es cierto que las tensiones y las contradicciones cada vez más expuestas dentro del Frente de Todos, agudizadas en la polémica que generó la discusión del Acuerdo con el FMI, al no existir un espacio que permita procesarlas y sintetizarlas en posicionamientos e iniciativas políticas compartidas, suman al descreimiento y la desmovilización. Para muchos de los que han puesto en la militancia política sueños, voluntad, expectativas, esto puede terminar siendo una gran frustración.

Para muchos, incluso, hasta puede parecer que el acuerdo con el FMI es el fin de una etapa y el inicio de la proyección de una nueva experiencia de construcción política. Pero para nuestro pueblo, para las personas de carne y hueso que lucharon y creyeron que votando al kirchnerismo y al peronismo se podía encontrar un camino de solución al agobio de una vida convertida en un presente perpetuo de penuria, la posibilidad de la derrota del Frente de Todos augura más pobreza, más privaciones, más violencia de la que genera cotidianamente la desigualdad y la marginación de los sectores populares.

Para quienes formamos parte de las fuerzas populares que batallamos en el movimiento sindical, en los movimientos sociales e incluso en la política, no constituye una opción la derrota del gobierno popular. Desde nuestra perspectiva, como parte de una fuerza sindical que resistió día tras día en las calles los ataques y los atropellos de Mauricio Macri, de Vidal y de toda la lacra que saqueó a este país durante cuatro años, no nos cabe la posibilidad de pensar que más adelante la historia nos dará otra oportunidad.

No podemos ni debemos subestimar lo que significaría la reinstalación de un gobierno dispuesto a restaurar definitivamente el neoliberalismo en la Argentina. De repetirse en las próximas elecciones una restauración del poder de las clases dominantes, en su versión “atendida por sus propios dueños”, el avance “en la misma dirección pero más rápido” que promete la derecha no se trataría de la postergación de las chances electorales de tal o cual candidato, sino de la inmersión en la miseria de millones de compatriotas y el avance hasta el hueso de las “reformas estructurales”.

Si las consecuencias del periodo 2015-2019 nos dejaron la estaca envenenada de la deuda y una destrucción de los salarios reales que llevará mucho recomponer, imaginemos por instante la sangría que una segunda edición provocaría en nuestro pueblo.

No somos analistas de variables frías e inmutables que señalan derroteros inexorables. Por eso nuestra mirada sobre la actual crisis tanto política como económica tiene que partir de la certeza de que no termina la historia con la firma de un acuerdo con el FMI, más allá de sus consecuencias negativas que van a ser muchas.

Está claro que la lucha de nuestro pueblo va a continuar y que nosotros tenemos la obligación de discutir los caminos para no caer en el inmovilismo que tratan de construir los sectores del poder para convencernos de que la suerte está echada y no hay alternativa. Y esto significa que no podemos admitir la caducidad del Frente de Todos como si se tratara simplemente de una etapa clausurada, sin otra consecuencia que una desagregación de las fuerzas que lo componen.

El movimiento popular tiene aún un año y medio por delante para revertir lo que la derecha quiere demostrar como el inevitable regreso de los muertos vivos. Aquí nadie se rinde. Y nadie debe sentirse eximido de la responsabilidad de encontrar un camino para un reagrupamiento de las fuerzas populares capaz de avanzar en la disputa con el poder fáctico y sus voceros de Juntos por el Cambio.

Tanto sea para pelear por una mayor distribución de la riqueza, como para poner límites al abuso de los formadores de precios e incluso para lograr que el ajuste surgido de los compromisos con el FMI lo paguen aquellos sectores que se beneficiaron con la fuga de capitales y el festival de la especulación financiera.

Si esta dinámica social es la que se logra imponer desde el campo popular, será la oportunidad de superar colectivamente este momento de crisis para encarar lo que resta hasta el 2023 con voluntad y ánimo de darle continuidad al gobierno del Frente de Todos. Un nuevo tiempo político. Para ello la unidad de todas las fuerzas populares que juntas impedimos la continuidad neoliberal en 2015, será un factor determinante.

*Diputado nacional por Buenos Aires y secretario general de la CTA